Adaptados o insertados

 ja! si no tiene trabajo ¿cómo tiene celular?

Paulo Freire, decí­a, en abril de 1997

La adaptación es una adecuación, un ajuste del cuerpo a las condiciones materiales, a las condiciones históricas, sociales, geográficas, climáticas, etc.
La inserción es una toma de decisión acerca de intervenir en el mundo. […] ninguna realidad lo es en si misma. Toda la realidad está ahí­, sometida a nuestra posibilidad de intervenir en ella.

¿Es posible intervenir en el mundo, en un sentido transformador, sin que se tengan primero unas condiciones mí­nimas de supervivencia que aseguren alimento, vestido, reparo y contención emocional?

Intervenir requiere —además— tener alguna percepción de lo que se quiere transformar. En la compleja trama social de nuestros dí­as, será necesario agregar otras condiciones: un pensamiento crítico que permita construir un recorte, alguna educación, algún tipo de prefiguración que nos permita vernos, proyectarnos, imaginar hacia dónde nos gustarí­a ir, soñar, construir sentido y después poder planificar…

Cuando no existen aquellas condiciones, sobrevivir significa adaptarse, adecuarse a lo que se consigue, intuyendo (a veces sabiendo) que nunca podrá superarse el nivel de carencia que, ubicado muy por debajo de las condiciones mí­nimas, subraya la frontera de la exclusión.

Adaptarse toma todo el tiempo y el espacio emocional disponible. No es posible hacer mucho más que eso. No es posible pensar en otra cosa. Sin embargo, la presión social que alimeta el deseo de consumo no los esquiva. La desaforada entronización de los triunfadores populares como referentes sociales tampoco. El discurso de la publicidad: tener para ser, consumir para ser feliz (y obturar las fallas), los impregna como a cualquiera, tengan o no herramientas conceptuales para metabolizar la trampa. Las marcas y los í­conos sociales instituyen un valor simbólico que no es posible soslayar sin encontrase en la más descarnada intemperie.

Eso es la pobreza. No solamente ausencia de dinero. El horizonte se achata, la vida pierde volumen como experiencia y ha de ser imposible —imagino— no sentir en algún lugar, que les hemos soltado la mano. Quedan los í­conos para agarrarse a ellos con desesperación.

Por eso los vemos vendiendo flores o pidiendo monedas y portando un celular con esas manos como alas cansadas (Tejada Gómez dixit). Por eso eligen comprarse un par de zapatillas de marca y no un libro. Es casi lo único que pueden elegir, mientras demasiada gente mira para otro lado.