Al pasado en la máquina del futuro
Después, siguió la vida, como siempre sucede,
volvió el viento de agosto y crecieron los árboles;
sus padres, que tenían el sueño de otra vida,
una tarde ceniza se mudaron de barrio.
Armando Tejada Gómez – La vida dos veces.
Todo parece salido de alguna pintura costumbrista, de aquellas que leíamos a escondidas en la revista El Hogar, ¿te acordás?… ¿sabés por qué leíamos a escondidas? Era amor con devoción de niño y poco importaba cómo siguiera después. Pero era secreto. Vivía en la otra cuadra, de la misma vereda. Era la hermana mayor y todos éramos unos pininos… Con los años aprenderíamos a preguntar sobre lo posible, pero entonces no era un asunto que viniera al caso. Sólo quererla y no decir nada a nadie.
Después, en una cortada del tiempo, la historia del Verano del 42 vendría a decirme al oído que lo imposible es apenas una versión distinta de lo que sucede. Se llamaba Cristina y para mí olía a ciruelas y a retamas. Lo recuerdo y me veo corriendo por aquellas tardes de Alberdi, hasta la esquina del almacén para mirarla pasar. Aromas de tierra recién mojada, el perro, la pelota paleta y los tomates olorosos en la quinta de don José.
Si llegáramos a encontrar el pasado, si tropezáramos alguna vez con él, ¿dónde pondríamos aquel amor descalzo y desmesurado de la infancia? ¿Dónde los sueños promisorios? ¿Qué haríamos con los fervores que nos atropellaban a cada paso? ¿A quién ofrendaríamos tantos secretos hilvanados en las siestas obligadas de la infancia deslizándose, como si el tiempo no le importara a nadie? Si eso ocurriera, quizás descubriréamos que todavía hay sueños que nos esperan y fervores y desmesuras y secretos; que los hicimos quedarse en la siesta pueblerina, que siguieron allí, soñando con que alguna vez fuéramos a rescatarlo…
Y si fuéramos, nos interpelarían — imagino— con su ceños de sueños fruncido: ¿Por qué me dejaste aquí?, ¿por qué no lo hiciste de otra manera? ¿por qué no volviste? ¿por qué no nos hablamos durante tanto tiempo?…
Si yo pudiese encontrarlos creo que no me amedrentarían con sus reclamos. Podría responderles palabra por palabra, gota por gota y decirles: estos años, todos estos años han estado conmigo. No he perdido a ninguno. Aquí estoy. Mírenme. Es probable que haya tardado un poco más de lo que esperábamos. Un niño no elige irse del pueblo ni anda de exilio por la infancia. Otras manos, que no las suyas, lo arrancan del árbol y le ponen a madurar en una cesta con jirones ajenos. Y lleva años sobreponerse, les aseguro. Pero aquí estoy. No he perdido a ninguno de ustedes. Estoy de vuelta. A veces elegí yo mismo el camino y otras encontré cómo dejarme llevar. Algo o alguien eligió por mí, cuando no se veía nada para adelante. Y fui aprendiendo también ese modo de andar.
— Daniel: soy Cachita Maliandi, en adelante, Diosma. Te vi y recordé: fuimos compañeros de 4º grado!!! Eras buenísimo en Matemática. Tu papá era veterinario? Cariños. Espero que me recuerdes aunque si no es así lo entenderé: más de 47 años de por medio!!!
— Cachita?… viene a mi memoria una vocecita lejana, pero no logro identificar si es el recuerdo o la sorpresa…
— Tónico para la memoria!!! Y elegante manera de decir de vos no me acuerdo, pero qué importa si así estamos recuperando viejas historias!!! Eras no bueno, buenísimo en Matemática. Yo, aunque no lo supieras, admiraba secretamente esa capacidad (siempre nula para los números, aún ahora); pero el resto bastante me defendía.
—Sí sr: mi memoria te registra en 4º, aunque no sé si a año completo y también en 3º. Antes no sé pero, si te acordás de la Sra. de Bullotta (1º superior), de Susana C. de Bidart (2º y 3º) y de la Sra. Elsa (4º, saloncito chico al lado de la Dirección, vos sentado contra la ventana que daba al patio, serio y callado siempre) es porque ahí estuviste. Somos del mismo año y más tónico para la memoria: yo soy la mayor de 7 hermanos, hija de Corina Oyhamburu de Maliandi, la Vice Directora junto al Sr. Etcheto.
Alguna vez conté por qué me siento afortunado de vivir en esta época. La relación con la tecnología me ha permitido seguir aprendiendo siempre, llenándome de irrupciones y desafíos que ponen a prueba lo que uno cree que sabe y es capaz de hacer. Todavía lo hago. A veces me va bien, a veces no. Me gustan esas batallas. Esa gimnasia del cuerpo a cuerpo con el aprendizaje me fue ayudando a descubrir una profunda vocación docente y ella me ha ido regalando muchos años frente a distintas aulas (últimamente virtuales), aunque creo que fue José Luis, un pibe de Villa Cura Brochero, quien me invistió maestro hace algunos años.
No parece casual que la vuelta a la infancia haya encontrado la puerta que abrió el recuerdo de alguien que me miraba en la escuela primaria, mientras yo miraba para otro lado: Cachita… ¿Cómo se hace, Diosma… ? ¿Dónde pongo esta sensación de sentirme ligado intensamente a personas que no conozco? Si es que ya no somos aquellos ¿qué es lo que queremos tan apretadamente de lo que fuimos? La infancia es un sitio al que ya no podemos volver de ningún modo. No es aquella la que queremos, sino la que vemos con la distancia de hoy. Con los ojos de los que somos hoy. El recuerdo es una marca que se conjuga en pasado pero siempre está en el presente. Un amor sin práctica posible. Una extraña forma del abrazo a lo que ya no está…

Hace algunos años, me encontró Susana Real, preguntando por mi hermano. No sabía de ella desde la última vez que vino a jugar con él, en la casa de Alberdi. Yo tenía 6 años.
Para cuando sucedió el encuentro no presté demasiada atención al fenómeno. Aquello fue posible gracias a la capacidad de Facebook de forzar conductas culturales en la multitud (usando la expresión de Antonio Negri). Esta plataforma, propiciando el despliegue de la lógica de los Seis Grados de Separación (todos estamos a no más de seis niveles de cualquier persona del mundo) bien podría establecerse como telón de fondo en los sucesivos enlaces con antiguos compañeros de la escuela primaria y amigos del pueblo en aquellos tiempos: Verónica Paratore fue alumna de mi madre; Elsa Ataún, hija y homónima de mi gran maestra de la escuela primaria, también; Cristina Di Mauro la hermana de Jota Jota; Pedro Furnari que vivía a la vuelta de mi casa, Graciela Arrizabalaga de la panadería, ahora vive en México… y seguirán los reencuentros y ese modo entrecortado de aparecer que tienen los amores del pasado cuando uno los visita viajando en el tiempo.
Para quienes miramos la tecnología con un sentido social, Facebook es un fenómeno singular hasta ahora. Por eso algunos lo califican como un generador de sentido. Un dispositivo que es capaz de establecer modos de producción de subjetividad, que antes no existían: cuando se arman lazos, al mandarse toques, al compartir fotos, al dejar comentarios al paso o reflexiones sobre el desarrollo de una actividad presencial, al convocarse a una rateada masiva o a discutir de política. Hay debates encendidos acerca de su utilidad y de las prospecciones sobre lo que todavía no sabemos cómo sucederá. Ya hay notables experiencias educativas en curso y episodios como el de este relato, que muestra encuentros entre personas que de otro modo no hubieran podido suceder. Facebook es, efectivamente, un fenómeno singular.
Silvio Rodríguez dice, en su recién estrenado blog, asomándose apenas a las posibilidades del océano digital: la vida es hermosa y en colores. Cuánta razón tiene, aún cuando parece que todavía no ha llegado a la mejor parte de la experiencia: viajar al pasado en estas formidables máquinas del futuro.
@Lilian Milicich
Gracias Lilian por completar este post con semejante aporte! La vida es hermosa y en colores y algunas personas – a veces – prenden lucecitas para iluminar lo que no puede verse a simple vista.
abrazo!
El encuentro con aquellos que fueron lo que hoy ya no son, pulveriza la categoría tiempo, la extingue. De pronto se articula el «modo» inconciente y sorprende la atemporalidad de los sentimientos y de las sensaciones. La historia deja de ser taaan historia y cobra la fuerza de una actualidad tan vigente que sacude y a la vez aquieta, porque es tan familiar y a la vez extraño, en ese orden y no el otro. Se me ocurre la reversa de lo siniestro. Nada tan lejos como el «hombre de arena». Se trastoca: lo lejano se vuelve próximo, el recuerdo pinta la realidad desde la mirada que teníamos, esa donde todo era grande: espacios, árboles, plazas, globos..! Ni qué decirte cuando algún aroma, perfume tipo de azahares, te da pasaje directo, sin escalas al momento justo, preciso, de ese lugar de infancia que dicho de este modo, parece que nunca hemos abandonado del todo. Lo mejor de todo esto es cómo llega el aire fresco, que trae ese otro del encuentro, fiel testigo de que estuvo ahí, compartiendo con uno mismo todo esto. Te lo alcanza, te lo recuerda, vuelve a ser lo que era, porque era con vos y ese otro, el del encuentro… Gracias Daniel, porque al pensar esto, me di una vuelta sintiendo por todo aquello!!!