Dios no responde; Google, siempre, inmediatamente

A propósito de 50 aniversario de la publicación de Mitologí­as (1957-2007) de Roland Barthes, el Nouvel Observateur publicó un suplemento, organizado en base a diferentes autores que construyeron textos de homenaje al evento. Jacques-Alain Miller, uno de ellos, le apuntó a Google.

Google es la araña en la Tela. Asegura una metafunción: la de saber donde está el saber. Dios no responde; Google, siempre, inmediatamente. Le dirigimos una señal sin sintaxis, con una parsimonia extrema; un clic, ¡bingo! viene la catarata: el blanco ostentoso de la página se ennegrece súbitamente, el vací­o se invierte en profusión, lo conciso en logorrea. Siempre que tiramos ganamos. Organizando la Enorme Cantidad, Google obedece a un tropismo totalitario, glotón y digestivo. De allí­ el proyecto de escanear todos los libros; de allí­ los raids sobre todos los archivos: cine, televisión, prensa; más allá, el blanco lógico de la googleización, es el universo entero: Confíale tu desorden documentario y él pondrá cada cosa en su lugar — y a tí­ mismo además, que no será ya, y para la eternidad, más que la suma de tus clics.
Google, ¿Big Brother? ¿Cómo no pensarlo? De allí­ la necesidad para él de plantear como axioma su bondad profunda. ¿Es malo? Lo que es seguro, es que es necio. Si las respuestas abundan en la pantalla, es porque allí­ hay equí­vocos. La señal inicial está hecha de palabras, y una palabra no tiene un sólo sentido. Por lo tanto el sentido escapa a Google, que cifra, pero no descifra. Es la palabra en su materialidad estúpida lo que memoriza. Por lo tanto, siempre te toca a tí­ encontrar en el cúmulo de los resultados la aguja de aquello que produce sentido para tí­. Google serí­a inteligente si pudiéramos computar las significaciones. Pero no podemos. Como Sanson rapado, Google girará la rueda del molino a ciegas, hasta el final de los tiempos.