Diseñar un texto

En el número de este mes (mayo 2007) la Revista Caras y Caretas, publica un articulo llamado La letra entra por los ojos. Federico Luzzani, autor de la nota me hizo dos preguntas como parte de la investigación que realizó y citó algunos párrafos de mi respuesta.

El que sigue es el texto completo de ese trabajo.

¿Cuáes son las principales caracterí­sticas visuales que tiene que tener la diagramación de un texto para que el lector pueda aprehender su contenido de modo eficiente?

Diagramar tiene que ver con organizar la representación de algo en un campo. Como recurso comunicativo, esto no resulta suficiente hoy, habida cuenta de las demandas del modelo social que tenemos, altamente estructurado en torno a la imagen.

Antes de la aparición de las carreras de Diseño, en los años ochenta, los armadores de libros y revistas se nombraban a si mismos como diagramadores. Luego pasaron a llamarse diseñadores. Y no es casual. La irrupción del Diseño aplicado al mundo editorial apareció como una respuesta a la necesidad de agregar valor visual al discurso del texto.

Y esta necesidad se desprendí­a de otra: la estampida de las comunicaciones no fue solamente discursiva, fue también una explosión iconográfica, y de tal calibre que empezó a invisibilizar a muchos mensajes, convirtiéndolos en ruido ambiente, en letra indiferenciada.

Esto explica porqué se arraigó tanto el diseño en lo instrumental: porque se perfiló como una herramienta eficaz para contrarrestar el fenómeno de la no diferenciación. La otra clave es que acompañó el proceso social de exacerbación de lo imaginario que impuso la sociedad del consumo desaforado. Concretamente el diseño ayudó mucho en la construcción de la percepción social del valor de la imagen que tenemos hoy.

Hecha esta contextualización, hay que puntualizar que del diseño de un texto, hoy se espera que haga la diferencia en cuanto a la eficacia del mensaje.

Actualmente no hablamos de comunicación a secas, sino de comunicación efectiva. En un entorno caracterizado por un gran flujo de información que se vuelca sobre la sociedad (los llamados mercados, en términos de marketing), comunicación efectiva es aquella que consigue generar una respuesta de algún tipo, diferenciándose de la mera información.

Siempre la mirada del diseñador que trabaja con un texto, apunta a resolver la cuestión central de hacer que el lector se quede, se conecte con lo que se quiere comunicar. Ya sea apelando a proponerle un camino de lectura del mensaje que le resulte amable y cómodo o a gritarle desde una pared para que mire un afiche.

En algunos segmentos de muy alta competitividad, como la publicidad, por ejemplo, esto divide aguas entre el éxito o el fracaso. El texto debe estar diseñado (redactado especialmente) y la puesta en página del texto también, apuntando a reforzar los significantes que se quieran transmitir. Es como en la Fórmula Uno: en la carrera por alcanzar el primer puesto, los detalles y su tratamiento, explican la victoria.

En términos del mensaje y su eficacia comunicativa, esta estrategia de armar congruencia entre el discurso del texto y el de la imagen suele producir buenos resultados cuando se acierta en las combinaciones.

En textos cuya lectura se vaya a hacer con menos urgencia, como un libro, un manual o una revista cientí­fica, por ejemplo, del diseño se espera que acompañe el mensaje, pero que no compita en un plano de igualdad con él. Que lo sostenga en silencio. Que casi ni se note. Obviamente se parte de una premisa distinta: ese lector está interesado en el contenido y en consecuencia lee, decodifica, de otra forma. Se trata entonces de ponerlo en contacto con el texto haciendo el menor ruido posible. Casi sigilosamente.

Este circuito es diferente en las revistas de actualidad. Aquí la imagen sustituye gran parte del texto en la función de atractor, porque lo que importa es diferenciarla como producto entre sus pares, en el escenario del kiosco. También hay que consignar, que el lector de estas publicaciones es diferente de los anteriores. Tiene otras demandas y en consecuencia, responde a un tipo de estímulos distintos, más ligados a lo iconográfico que al contenido textual.

Otro aspecto que hoy resulta importante es hacer una diferenciación en función del soporte en el que se va a publicar. No tiene los mismos requerimientos un texto que va a ser abordado desde una pantalla que uno que se va a leer en papel.

El diseño tipográfico, el partido que se elige en este punto, cuando se trabaja sobre papel, ofrece una paleta de recursos muy rica (en las familias tipográficas que se eligen, en la propia relación entre los caracteres, en las alturas, en las compensaciones ópticas de los trazados, etc.) que permite optimizar y embellecer la lectura, pero en los textos que salen para publicación digital, esto está seriamente limitado por la configuración estructural del soporte. En definitiva, los pixels de la pantalla no dejan de ser una trama reticular que se interpone entre el contenido y el lector. Lo sutil, como valor agregado, se vuelve más difí­cil de implementar y hay que apoyarse en otros recursos.

¿Hay modelos de diagramación de textos reconocidos? ¿Cuáles y con qué caracterí­sticas?

En la dirección por la que venimos pensando, dirí­a que no es lo más importante el modelo cerrado, sino las premisas en base a las cuales se toma un partido u otro. El Diseño es un cuerpo instrumental amplio que permite resolver una serie de problemas, pero nunca es un recetario.

Es importante no perder de vista cómo se establece la relación del lector con el texto, desde lo lingüí­stico-cultural hasta los aspectos fisiológico-perceptuales.

Leemos percibiendo las formas de las palabras y asociándolas con el sentido que tienen para nosotros, de acuerdo a la organización de la frase, a su ubicación dentro de ella, a la vecindad con otras palabras, etc.

La eficiencia de la lectura tiene que ver con el aprovechamiento de la mayor parte del campo visual disponible. Simplemente por economía de recursos. Esto se expresa en una premisa que relaciona el tamaño de la tipografí­a con el ancho de la columna: Esta relación, medida en puntos tipográficos, no deberí­a ser mayor que 18 o 20 veces. Si se usara una altura tipográfica de 12 puntos, por ejemplo (lo que en la jerga se conoce como el cuerpo) el ancho de la columna no deberí­a exceder 20 veces esa medida, es decir 240 puntos.

Con el color pasa lo mismo. Preguntas como ¿dónde se va a leer?, ¿en qué condiciones?, ¿cuál será la posición fí­sica del lector respecto al texto?, ¿cuál será el soporte?, etc. son fundamentales para empezar a pensar la resolución de un diseño.

Pero las respuestas deben considerar aspectos fí­sicos concretos. El color en un monitor funciona con un sistema inverso al color en el papel o sobre un soporte opaco: En el primero, la suma de colores da blanco y en el segundo da negro (o algo muy parecido).

Esto significa que la idea de contraste, tan necesaria para separar figura y fondo y garantizar la legibilidad, es diferente en un caso y en otro.

Si se toman en cuenta estos aspectos, lo que resta es resolver aspectos que tienen que ver con la ornamentación, con la estética. Con ponerle el moño al envoltorio.

La imagen es de Cheryl O. Adams