El espejo roto

Protestamos contra el estado, contra la escuela, contra los padres, contra la violencia de los niños, contra las retenciones, contra la inseguridad, contra la miseria. Y en la actitud que ponemos en estas protestas, los adultos trasladamos a los niños un modelo de acción que ellos aprenden rápidamente.
Cuando una mamá insulta a la maestra y justifica que su hijo le pegue; cuando unas señoras insultan a la presidenta pretendiendo que ésta se vaya; cuando dejamos de lado nuestros roles estructurantes, o los mantenemos pero sin respetar sus funciones, estamos enseñando.
Cuando prima la diversión por sobre la reflexión, cuando la imagen concreta puede más que la imaginada, cuando una teta puede más que un libro, estamos enseñando.
Sin embargo nos preguntamos una y otra vez el porqué esta sociedad llegó a donde llegó, e incapaces de hacer una autocrí­tica, o de mirar hacia adentro, o hacia el otro, volvemos a poner las culpas afuera, hacia el estado, hacia la escuela, hacia los padres.
Olvidamos que todos somos padres, todos somos escuela, todos somos estado.
Olvidamos que somos adultos, y que como adultos somos los que enseñamos a los más jóvenes, y que los jóvenes nos miran.
Miran lo que estamos haciendo al vecino, miran lo que hacemos a sus madres, a sus maestras. Miran lo que les estamos haciendo a ellos.
Miran lo que le estamos haciendo al mundo. Sin embargo, tontamente anestesiados, estúpidamente controlados por los poderes hegemónicos, seguimos preguntando porqué, y la respuesta la tiene el espejo. […]

Hugo Basile, en el editorial de Abraxas Magazine, Nº25

Yo agregarí­a: es que el espejo está roto. No podemos reflejarnos ahí­ o lo que vemos nos devuelve una imagen tan destrozada que no podemos reconocernos. Ese monstruo no somos nosotros. Ese que, en nombre de la libertad de mercado tolera los shows eróticos de la tele en horario central; ese que mira indolente la caja boba y aporta raiting a las parodias de polémicas donde los dirigentes sindicales de los gremios docentes hacen como que defienden los intereses de los trabajadores y los funcionarios explican que están trabajando en una propuesta superadora… pero jamás se les cae una idea (ni a unos ni a otros) acerca de cómo mejorar la educación real. Ese no somos nosotros. Los que votamos gobiernos que eligen funcionarios que implementan reformas educativas que ya fracasaron en otros paí­ses y después se desgarran las vestiduras cuando fracasan acá, tampoco somos nosotros. Ni tenemos nada que ver con Iris Lima y su deslumbrante teorí­a de sortear el desánimo de los alumnos que no trabajan (no se esmeran, dice la pedagoga) poniéndoles un cuatro cada vez que debieran ponerles un uno.

Yo conté alguna vez, en otro blog, cuál es el efecto que se produce en la educación real con este tipo de medidas, que antes tomó la ministra de Santa Fe y antes el gobierno de Duhalde en la provincia de Buenos Aires…

[…] Siguiendo este mandato, cuando terminen la primaria, con seguridad habrán entendido claramente el mensaje: ¿Para qué esforzarse? Si necesariamente hay que pasar por acá, ¿qué sentido tiene estudiar, saber algo, preguntarse cosas? Este esquema encaja perfectamente con la propuesta de la sociedad de consumo, que afuera de la escuela les facilita todo, con tal de venderles productos. El mensaje es: no hay que trabajar, hay que tener. Y después escuchamos preguntar sobre el origen de la violencia….

Cuando estos pibes ingresen a la escuela secundaria, no podrán ver más allá de lo real, no tendrán las competencias mí­nimas necesarias para afrontar la nueva etapa, en la que el estudio necesita volverse más intensivo, tendrán dificultades para enriquecer su mundo simbólico, se manejarán con un lenguaje reducido y ya será muy difí­cil torcer ese rumbo… Suena duro, pero es la lógica implacable del tallo que crece torcido. Sólo que con seres humanos, a los que se les promete ciudadaní­a y se los trata como consumidores. […]

Y el espejo seguirá estando roto hasta que veamos (¿podremos?) que los pedazos no son muestras de una diversidad morfológica, sino partes de un cuerpo despedazado. Desarticulado. Que prefiere embarcarse en discusiones infernales sobre los fragmentos, para no enfrentarse con lo real: Seguimos discutiendo proyectos de educación concebidos como arquitecturas más o menos sofisticadas de negocios entre la polí­tica y las multinacionales, o criticándolos, pero hace muchí­simo tiempo que dejamos de hablar de soberaní­a.

Fuente de la imagen: FlickrCC