Entre los muros, la escuela en presente continuo
Escuché una vez a un guía de montaña en Mina Clavero atribuyendo la resistencia de los paisanos al cambio, a que no ven salir ni ponerse el sol. No ven el futuro ni el pasado. Solamente el hoy. Tales cosas —efectivamente— suceden siempre detrás de alguno de los cordones montañosos: las Sierras Altas ocultan el nacimiento y las Sierras Bajas la puesta de sol. En aquel relato, eso era la quietud, el tiempo detenido. Y también su propia rigidez frente a la diversidad cultural, más allá del giro poético con que estaba construida la afirmación.
Ver de otra manera es diferente de no ver.
Esta idea del presente continuo asociado a la impermeabilidad multicultural, parece desplegarse como una escenografía más que adecuada en la pintura de la cursada en un establecimiento de nivel medio, que cuenta la película Entre los muros, del director francés Laurent Cantet (Recursos Humanos, 1999; El Empleo del Tiempo, 2001), filmada en un aula del colegio Françoise Dolto, en el barrio 20, un populoso suburbio de París.
La obra pareciera prescindir de la postulación de alguna receta aplicable a un modelo educativo. Muestra, invita a la perplejidad, abre, expresa valiéndose de una cámara tan voraz como inquietante, algunos de los problemas estructurales del dispositivo educativo actual. No casualmente transcurre en una escuela Dolto. Allí se ven algunas huellas inconfundibles de las enseñanzas que inspiran a estas instituciones: representación estudiantil en el espacio donde los profesores discuten las calificaciones, el trato de pares que les dispensan en ese ámbito a las delegadas estudiantiles, un modo de construcción no represivo de la relación entre adultos y jóvenes, el tribunal de disciplina con participación extra institucional, un funcionamiento más democrático en general.
[…] el realizador francés se mete con la educación. Habiendo impartido un taller de arte dramático en el Instituto Françoise Dolto, de la periferia de París, conoció a François Bégaudeau, profesor de francés, que alcanzó el éxito con la publicación de su novela Entre les murs. La película, que se rodó en ese mismo instituto, está basada en su novela homónima y narra las difíciles relaciones en un colegio multirracial y en conflicto con la sociedad que lo rodea. El profesor protagonista de la película, François (el profesor en la vida real, aquí también como guionista y actor principal), intenta instaurar una relación igualitaria con los alumnos, pero debe lidiar no solamente con cuestiones ligadas a los contenidos conceptuales, sino principalmente, con los conflictos actitudinales y contestatarios de su impetuoso alumnado. (halbert en Mi cine)
Casi con meticulosidad quirúrgica, el relato construye cada uno de los estereotipos que habitan el aula de una escuela media. Tanto que no pude en ningún momento sustraerme a la experiencia de evocación que me hacía remitir lo que se proyectaba a la propia historia vivida en el IPEM 344 de Villa Cura Brochero.
La narración aborda la escuela de hoy. Un espacio que necesita ser repensado, sin suponer a priori que hay profesores porque son adultos ni que hay alumnos porque son jóvenes, ni que se educa porque se despliegan actividades curriculares.
La cámara no es complaciente. Nos invita a ver la clase como un espacio de pugna, de constante fricción, mejor o peor canalizada. Los alumnos expresan su rechazo a lo que entienden como simples ejercicios jerárquicos o poco comprensibles, piden constantes explicaciones o simplemente dejan pasar el tiempo, buscando pequeñas alternativas a su encierro. La tan cacareada diversidad (étnica, cultural, familiar, de vestimenta o de momento vital) explota ante nuestros ojos y exige constantes esfuerzos de comprensión, reconocimiento y gestión por parte del profesor. (Joan Subirats, en El País)
Creo que se trata de un material muy adecuado para abrir este debate y, tengo entendido que ya se ha estado implementando en muchos establecimientos.
Lo que la obra muestra con más claridad, es que la escuela no sabe qué hacer con la multiculturalidad. No entiende de qué se trata (me avergüenza comer delante de la madre de mi amigo porque es alguien a quien respeto, tú no lo entenderías). En este tópico, el relato machaca una y otra vez con ejemplos que, por su proximidad con la vivencia real, hacen que sea difícil mantener las situaciones en el plano ficcional y eso va construyendo un sustrato de angustia en la experiencia del ser espectador familiarizado con el tema. Al menos ha sido así para mí y, a juzgar por lo que se oye en los corrillos…
Aquí la escuela se muestra sostenida en un presente continuo, como no pudiendo dar cuenta de las dramáticas transformaciones que se han operado más allá de sus muros. Nuestra escuela (como la de Villa Cura Brochero) no ha podido registrar que las transformaciones estructurales del capitalismo regional de las últimas décadas han configurado un país significativamente más dependiente de los grandes grupos económicos concentrados y que las políticas aplicadas han generado mucha mayor exclusión y cambiado la calidad de la pobreza. La escuela de los suburbios de París que, a diferencia de la nuestra, está enclavada en una metrópolis, tampoco ha registrado este dato ni el de la globalización, lo que no impide que las aulas se les llenen de alumnos pobres, que antes fueron invisibles para su mirada porque estaban en las colonias.
Pero esta escuela no solamente no entiende la multiculturalidad, sino que apuesta (¿garantiza?) a la formación de un sujeto educativo funcional para el sistema. Un ser ciudadano en ausencia. Desinvestido de los derechos que solamente se declaman en programas y manifiestos electorales pero jamás se construyen. Atravesado por un discurso que lo culpabiliza por cuantos males azotan el tejido social: Las empresas mejoran cuando los suyos quedan en la calle, la seguridad aumenta cuando ellos van más temprano a la cárcel, el bienestar de los otros se consolida si ellos no reclaman… Que aprende a canalizar su bronca de excluido contra el docente y contra si mismo, pero nunca contra los verdaderos responsables de su calvario.
Esta escuela lo con-forma para que viva también en presente continuo, para que no pueda relacionar que lo que falta en su plato de todos los días sobra en la cuenta bancaria de algún prominente funcionario o empresario exitoso. Gran parte de ese trabajo sucio lo hace (a sabiendas o no) un docente que se expone cuarenta horas semanales frente al aula, que cada vez tiene más responsabilidades y menos reconocimiento económico y social: Él también es culpabilizado permanentemente por el fracaso escolar, por la pérdida de horas de clase, por el vaciamiento de la experiencia educativa para los alumnos. La película muestra eso con una crudeza descarnada y también se abstiene de emitir juicios de valor:
Se lo ve a François, el profesor que comanda la clase donde se despliega la mayor parte de la trama, envuelto permanentemente en discusiones acerca del funcionamiento (si la hora de clase es realmente una hora o son 55 minutos, si perdemos el tiempo cuando entramos, que alguien se quite la capucha o la gorra, que levante la mano para hablar o que escriban sus nombres, que lean cuando se los pide), o lidiando con los hiatos lingüísticos y culturales (¿qué quiere decir lo de la mosca detrás de la oreja?, ¿cómo distingo una forma oral de una escrita?, ¿qué quiere decir intuición?), que se acentúan con las diferencias idiomáticas.
Pero también muestra el aspecto más oscuro de estos profesores, presentados inicialmente como gente agradable, con buen sentido del humor y preocupados por su función: son personas que no pueden evitar usar su lugar de poder cuando se ven involucrados en discusiones dentro de la clase, que no pueden evitar responder en espejo frente a las demandas agresivas de los adolescentes y que pierden, en ese punto, su lugar de adultos…
Discutiendo sobre si explicar o no la palabra austríaco, argumentando a favor de explicarlo, François se permite un: siempre hay algún imbécil… que Esmeralda no le deja pasar: lo serás tú…, contraataca.
En otro momento, cuando la fricción aumenta, el exabrupto es un poco más grave y desencadena una serie de hechos de violencia física. Esta vez el profesor, que ha perdido de vista su lugar como tal, como adulto y como ciudadano, termina haciendo una canallada silenciosa. Aun conociendo las consecuencias que eso tendrá en la vida del adolescente, elige refugiarse en los pliegues de la institución y consentir la decisión institucional de hacer que pague solamente el alumno.
La maquinaria se lo ha fagocitado. Su ser víctima no impide su hacer victimario. Cumple exactamente con lo que el dispositivo prescribe para su función. El eslabón se rompe —una vez más— sobre el cielo del más débil: los pibes siempre pagan.
Una de las ideas más interesantes que planteaba Francoise Dolto era la posibilidad de desmarcarse, de correrse de los modelos establecidos y mirar de otra manera la problemática escolar, haciendo foco en los alumnos y no en la institución. Algo de esto desgrana en un capítulo de La causa de los niños que se llama precisamente: La escuela a toda hora hora y a la carta.
Posiblemente Entre los muros sea una enorme interpretación del pensamiento de Dolto, en ese sentido: en lugar de contar una historia sobre la exclusión, los jóvenes y las escuelas, valiosa en si misma por lo que expone, por lo que devela de ese presente, han elegido contar la historia con los jóvenes excluídos y dentro de la propia institución, sin por ello dejar de exponer los aspectos más dolorosos y controversiales de la problemática que hoy se cierne sobre este espacio. Han puesto a los actores sociales a representar su propio drama, abriendo con ello la posibilidad de mirar y mirarse desde otra perspectiva. Aunque la película no emite juicio explícito acerca de lo que muestra, ni toma partido respecto al sostenimiento de ninguna estrategia educativa, el recurso de hacerla con los propios actores sociales constituye no solamente un gesto de inclusión con alguna capacidad reparatoria y de cambio, sino una reafirmación de aquella premisa que sostenía Françoise Dolto respecto a no sacar el foco de los más débiles, mientras los ayudamos a educarse.
Carnet
Francia, 2008Dirección: Laurent Cantet
Guión : Laurent Cantet, Robin Campillo, François Bègaudeau.
Interpretación: François Bègaudeau, Nassim Amrabt, Laura Baquela.
Género: Drama
Duración : 128 minutos
Fuente: Cinecritic
Muchas Gracias. Alejandra, por pasar y dejar tu opinión.
hola Daniel, gran texto. Interpelador de diversas cristalizaciones conceptuales acerca del dispositivo escolar. Un título bien sugerente q obliga a seguir pensando.
Me gustó mucho este post Daniel, seguramente será porque me identifico con lo que expresas en el mismo. En su momento abordé tangencialmente el tema educativo, tan bastardeado desde al construcción de un individualismo a ultranza.
En mi caso, suelo conceptualizar a la problemática como «la diversidad fragmentada» por el abusivo consumismo y por el invasivo marketing al que somos sometidos y del cual cada vez nos cuesta más abstraernos, al riesgo de ser excluidos por no seguir esas perniciosas tendencias.
Todavía no vi la película pero estoy en eso.
Un Abrazo.