La bomba de la información

Por Francisco Milano / Publicado por Revista Animus / Vol 1 / Nº 1/ Diciembre 1999

Hacia 1950, a causa de la memoria todaví­a radiactiva de Hiroshima y Nagasaki y en pleno auge de la carrera armamentista nuclear, Albert Einstein pronosticó, poco antes de morir, el estallido de otras bombas igualmente temibles: la bomba de la información y la bomba demográfica.
Pero si la bomba atómica actúa desintegrando la materia, la bomba de la información (rebautizada por el escritor y urbanista francés Paul Virilio como bomba informática) afecta a lo que conocemos como realidad amenazando con sustituí­rla por una entidad distinta: virtual.

Tecnologí­as

En un reportaje para el Frankfurter Rundschau en septiembre de 1995, posterior a la publicación de sus polémicas tesis sobre la velocidad (en El arte del motor), el cientí­fico Paul Virilio aclaró:

No me considero en absoluto una persona apocalí­ptica, simplemente soy crí­tico de la técnica. Para muchos la tecnología moderna es una forma de arte. Pero no debemos olvidar que cada innovación o avance tecnológico implica necesariamente su contrario. Por ejemplo, la invención del ferrocarril resulta ser al mismo tiempo la invención del descarrilamiento. Y así­ como soy consciente de los aspectos positivos de la tecnologí­a también lo soy de los negativos. En consecuencia, soy realista.

En agosto de 1949, cuando el presidente norteamericano Harry S. Truman anunció públicamente que el gobierno de su paí­s tení­a conocimiento de que la Unión Soviética habí­a realizado una prueba de material atómico en su territorio, quedó confirmado el inicio de la carrera armamentista. Al mismo tiempo, el Pentágono poní­a en marcha el conjunto de investigaciones que darí­an por resultado los fundamentos de Internet. Vista en perspectiva, la sincronicidad de estos hechos no parece ni remotamente azarosa, como tampoco se puede ignorar que una gran parte del desarrollo cientí­fico y tecnológico más notable de los últimos siglos haya sido llevada a cabo bajo intereses militaristas.

Pero más allá (y a propósito) de su potencial bélico, quizás el fenómeno más innovador de la tecnologí­a actual sea la simultaneidad de inmadurez y ubicuidad, poder cuyos efectos pueden apreciarse en toda su magnitud a través de las súper-carreteras de la información. El sistema nervioso tecnológico que está rodeando en estos momentos al planeta muestra elementos de precisión que se están aproximando a los de nuestra estructura biológica. Esto es visible en la semejanza que se establece entre el modo de operar de nuestra mente y el de esa suerte de cerebro colectivo que es Internet. Cuando buscamos algo en nuestra mente, damos por sentado que lo encontraremos de inmediato. Hoy llegamos a ser igualmente exigentes con Internet por el rápido desarrollo de los instrumentos de búsqueda.

¿Pero cuáles son las claves de este vertiginoso pasaje de lo privado a lo público en el campo cognoscitivo? Todo se remonta a la invención del alfabeto. Es allí­ donde se puede encontrar el origen de una mente privada, dotada de una psicologí­a particular, un control personal del lenguaje y una forma individualizada del conocimiento. La experiencia de una conciencia privada que excluye a la comunidad es lo que nos ha hecho creer a los occidentales que ciertos fenómenos psicológicos comunes como inteligencia, memoria, emoción y sentimientos son netamente individuales y pueden ser localizados en la intimidad silenciosa del ser humano singular. Pero estas creencias —que conformaron la base de la cultura lingüí­stica dominante durante siglos— sufrieron una modificación sustancial cuando el lenguaje se encontró con la electricidad en el telégrafo. Y así­ como la invención de la escritura fue la primera revolución importante en todas las culturas en las que apareció, la invención de las comunicaciones por redes, desde el telégrafo hasta Internet y la realidad virtual, nos sitúa en el escenario de una segunda revolución relevante, esta vez de carácter global.

La aparición de las redes ha introducido una nueva dimensión en la experiencia de la conciencia, de la mente y de la personalidad: La cuestión ahora no consiste simplemente en la suma de diferencias étnicas, geográficas o religiosas, sino en la comprensión inmediata (la captación) y la capacidad de interacción en un nuevo marco, en constante transformación. Lo que se está gestando es una nueva psicotecnologí­a que, entendida como tecnología que imita, extiende o amplí­a los poderes de la mente humana.

Por ejemplo, mientras la televisión es generalmente percibida como un conducto de material audiovisual en una sola dirección, las redes telefónicas de radio y de conectividad digital se combinan para crear entornos que, en conjunto, establecen formas distintas en el procesamiento de información. Tales tecnologí­as no sólo extienden las propiedades de emisión y recepción, sino que también penetran y modifican la conciencia de sus usuarios. La palabra clave aquí es control. Porque así­ como fuimos objeto de la manipulación unilateral de la televisión (o espectadores), a través de los medios digitales nos encontramos con la posibilidad de responder a la pantalla, modificar datos e ingresar información: todas maneras de relación con los medios tecnológicos sin precedentes hasta la fecha. De este modo nos convertimos en productores interactivos capaces de externalizar nuestra conciencia. La realidad virtual se halla aún más cerca de este efecto. Incorpora el tacto a los sentidos de la vista y el oí­do, y está más próxima a inyectarse en el sistema nervioso humano de lo que ninguna otra tecnología lo haya estado nunca.

El evento más importante de los albores del siglo XXI es la invención de un tiempo real capaz de desplazar culturalmente la primacía del espacio real, inaugurada en Occidente con el uso de la perspectiva que introdujeron los talentosos artistas italianos del Quattrocento. Al mostrar la reducción proporcionada de tamaño y distancia en los objetos (o lo que se representara) en el papel, como una panorámica decreciente del punto de vista, lo que hicieron esos pintores fue introducir el tiempo en el espacio: no mostrar el espacio real, sino el espacio organizado por una visión selectiva y parcial de las distancias según una jerarquí­a de aparición o desaparición.

Organizada la percepción mediante el uso de la perspectiva, la estructura cerebral introdujo las dos coordenadas dominantes del tiempo y el espacio en la realidad y detuvo a esta última. Pero la realidad está siempre en movimiento, es cambiante. Su estructura responde a patrones temporales, y su cualidad más importante es la de la integración, palabra que proviene del latín tangere, que significa tocar y particularmente tocar desde adentro. Esto ilumina la cualidad más sobresaliente de las últimas tecnologí­as, en especial la inteligencia artificial, cuyas investigaciones tienden, y no por casualidad, a simulaciones del tacto.

El tacto no sólo es el fundamento de la realidad, sino también una de las bases de su entendimiento y comprensión. Subliminalmente, las operaciones intelectuales son experiencias táctiles. De modo que el futuro de la tecnologí­a está regido por la experiencia de la realidad entendida como experiencia táctil, y la experiencia del tiempo entendida como simultaneidad.

Hoy, por primera vez en la historia mundial, la realidad (por más distante que se encuentre) está al alcance de la mano. Pero ¿de qué mundo estamos hablando?

Globalización

A lo largo de esta última década, los productores de tecnologí­a y los medios de comunicación han establecido un consenso acerca de que el signo de esta era que se ha iniciado (tan velozmente que pareciera ser una suerte de futuro-pasado) es el de la información. En una entrevista de febrero de 1999, Virilio declaró a la revista Ajoblanco:

La misma palabra globalización es engañosa. La globalización no existe, se trata de «virtualización». Lo que está siendo efectivamente globalizado por la inmediatez, en la actualidad, es el tiempo.

Nos hallamos inmersos en el proceso de construcción de una mente autónoma, trascendente, siempre alerta y digital. Este es el momento en que la humanidad se encuentra ante una paradoja: la génesis de la globalización es el fin del mundo de lo particular y localizado. La proximidad y la vecindad mueren a partir del surgimiento de las supercarreteras de la información, que instauran un mundo que nada tiene en común con el que conocí­amos hasta el momento. He aquí­ los componentes de la bomba informática: una bomba en la que la interactividad es a la información lo mismo que, en el caso de la bomba atómica, la radiactividad es a la energí­a.

La comunicación en tiempo real entre personas, instituciones y mercados establece simultáneamente las redes mundiales de información y el peligro de un riesgo cibernético. La inmediatez de las cotizaciones automáticas, por ejemplo, favorece el crack instantáneo a escala global. Como postulaba el padre del movimiento futurista en Italia, Alberto Marinetti, la velocidad es la violencia en todos los ámbitos.

Dicho de otro modo, alcanzamos el primer nivel nuevo de realidad compartida y objetivamente disponible para toda la humanidad. Podremos ver el futuro de la solución de problemas como una extensión en realidad virtual del think tank (depósito de pensamiento). La resolución de un problema podrí­a facilitarse simulando un entorno completo del proceso de pensamiento, que incluso permitirí­a crear nuevos objetos. El cambio psicológico más relevante a largo plazo podrí­a ser que, incluso en el momento en que comencemos a explorar percepciones táctiles externas a nuestros procesos mentales ampliados, nuestra conciencia personal, hasta entonces internalizada, se externalizará por si­ misma. Así­, la totalidad del mundo exterior se transformará en una extensión de nuestra conciencia.

Este universalismo, presente en las corrientes de compatibilidad y estandarización del software de procesamiento de información, puede compararse a los peligros del poder acumulado de un lenguaje universal. Tal como las guerras mundiales han demostrado, una aceleración tecnológica y social sin preparación previa, puede conducir a la desintegración.

Sin embargo estamos comenzando a acostumbrarnos a la velocidad. Las computadoras están acelerando nuestras respuestas psicológicas y nuestro tiempo de reacción mucho más de lo que lo hicieron los aviones, los trenes y los automóviles. Al mismo tiempo, las computadoras también están combinando, unificando y sincronizando las actividades de una red electrónica global. Percibimos esta unidad como un todo formado por grandes oleadas de corrientes eléctricas dentro de campos electromagnéticos.

Y esta es la verdadera onda de sonido que podrí­a derribar todas las murallas de las ciudades y los estados nacionales. Si bien los riesgos derivados de la bomba de la información, a nivel social, se puede verificar en el modo en que afecta a grupos masivos de personas, especialmente en el crecimiento de las tasas de desempleo, la ilegalidad laboral y la deslocalización de las empresas, también podrí­a esperarse que la tecnologí­a, en el lí­mite de su desarrollo, no lleve necesariamente al desastre, sino a una metamorfosis. Una imagen radicalmente nueva de la humanidad.

Orientación e información

Como consecuencia de la globalización de las telecomunicaciones, estamos en condiciones de esperar algún tipo de accidente generalizado. Tal vez, el surgimiento de aquello que el filósofo Epicuro llamó el accidente de los accidentes, del que el colapso financiero de las bolsas mundiales serí­a el principio. Porque en coincidencia con el crecimiento de las redes informáticas y sobre la base de la duplicación de la realidad sensible (ya real y virtual por partes iguales), hallamos un nuevo fenómeno: La pérdida de la orientación (o desorientación).

Con la posibilidad de actuar e interactuar en ese doble plano, la mente humana registra, tal como dijimos anteriormente, una perturbación en el modo de percibir lo que es la realidad: hoy en dí­a, el nuevo sentido común es el proceso digital. El aspecto negativo que implica la multiplicación de las redes en la súper-carretera informática es la pérdida de la orientación con respecto a qué es lo otro. Léase la alteridad.

Lo que se gane en términos de interactividad electrónica y comunicaciones acarreará seguramente una pérdida crucial, no por casualidad, de la í­ndole de la información. De este modo, la globalización estimula, antes que la divulgación del patrimonio común a la raza humana, un variado repertorio, en el plano polí­tico, de identidades y lealtades nacionalistas, de las que los conflictos étnicos en Europa oriental y el centro de Asia son un primer ejemplo.

Esta es la mayor contradicción de nuestro tiempo: Al mismo tiempo que los avances tecnológicos representan la experiencia positiva de permitir a la humanidad establecer un valioso contacto directo en tiempo real, lo que expresan es una experiencia totalitaria de primer orden.

Esto se debe a que en las reglas del tecno-fundamentalismo la información misma ha sido transformada en un poder absoluto, susceptible de alcanzar fines totales (y por consiguiente totalitarios), con un alcance mundial inmediato. En un principio, la realidad era una cuestión de materia. Luego, de la materia en relación con alguna fuerza. Actualmente, la realidad es el resultado de una ecuación que suma materia, fuerza e información. Pero no existe información sin desinformación.

En este sentido, cabe resaltar que la desinformación que atraviesa el mundo de nuestros dí­as tiene menos que ver con la censura voluntaria que con alguna clase de cruce de sentidos (en el marco del pasaje de una percepción del mundo de tipo audiovisual a una netamente táctil, como lo requiere el ciberespacio), en relación con la exigencia de los medios tecnológicos de ajustar nuestras variables mentales a un dominio todavía desconocido: el telecontacto. Este es el desafí­o que se presenta a la humanidad, y que proviene de las computadoras.

Democracia y economí­a de los intangibles

El nuevo orden mundial al que nos referimos lleva la marca del totalitarismo presente en todo objeto de la tecnologí­a. Esta premisa se comprueba en los principios económicos que gobiernan el mercado de los denominados intangibles (los medios de comunicación, la industria del entretenimiento y del software, y los servicios, que paulatinamente reemplazan en productividad a las antiguas industrias del hardware y la explotación de materias primas). En los últimos seis años, el volumen de las exportaciones de los Estados Unidos perdió el 50% de su peso específico por dólar, de valor y el sector local dedicado a la información llegó a ocupar el 15% del total de la economí­a. A esta altura, podemos decir que la economí­a depende directamente de la tecnología.

Pero advirtamos que este cambio histórico no se reduce meramente a la sustitución técnica de la realidad por una simulación de la realidad, sino mas bien al reemplazo de una realidad predeterminada por otra cuya predeterminación, momentáneamente desconocemos. Y tampoco perdamos de vista que este antagonismo entre realidad y virtualidad pronto habrá de resolverse en un elemento que las sintetice.

Tal como viene sucediendo en la polí­tica, donde las ideas de izquierda y de derecha se desdibujan en el vértigo de las comunicaciones globales, la nueva (y aparentemente verdadera) distinción entre los agentes polí­ticos queda sujeta a su pertenencia a la clase tradicional o a la mediática.

Las democracias, para Virilio están amenazadas por la técnica, por la aceleración de la información. La gran amenaza de Internet para la democracia es su aparente idea: una especie de megacerebro en el que todo el mundo está conectado con todo el mundo y donde es suficiente formular una pregunta para tener de inmediato la respuesta. Eso es la negación de la democracia representativa en beneficio de una democracia virtual o automática. Las tecnologí­as de la interactividad nos conducen a una democracia cibernética que ya no será representativa sino presentativa, no demostrativa sino mostrativa, es decir, alucinante, como los medios.

El hecho de que estas tecnologí­as sustenten el advenimiento de una era de encuestas directas y sondeos de opinión, no está en contradicción con el pronunciamiento, por parte del Pentágono, con respecto a una revolución militar, ligada a una supuesta guerra de conocimiento.
La bomba informática todaví­a no ha sido desactivada.