Mil palabras y una herramienta. 4

En el post anterior hice referencia al dispositivo de silenciamiento social que existe para contener la tensión producida por la evidencia de que lo que sucede no condice con el discurso que emite el poder (Noam Chomsky alude a esta problemática en un librito absolutamente recomendable, que se llama Polí­tica y Cultura a finales del siglo XX).

Una de las estrategias de este dispositivo consiste en exacerbar la importancia de la imagen propia, cosa que se consigue, promoviendo el consumo, agitando el fantasma de la perfección y asociándolo con la felicidad, el éxito, la inmortalidad, etc.

No estoy pensando que haya una oficina, con un señor sentado detrás de una máquina, dedicado a pensar maldades que después nos dedica. Creo que el fenómeno es mucho más colectivo: resulta más fácil deslizarse por la creencia de que algo de eso habrá para mí­ (tan próxima al tristemente célebre algo habrán hecho de los argentinos, y seguramente perteneciente al mismo tronco subjetivo) y luego enfocar en la obtención de ese algo, que funciona como una profecía de autorrealización, cuya función es proveer la cuota de verdad necesaria para realimentar el ciclo.

En esa concepción se apoya el uso generalizado del Photoshop para obtener una imagen propia retocada, más parecida a la que demanda el imaginario social que a la realidad. En este sentido, la herramienta opera como el correlato virtual de la cirugía plástica. En la película que sigue, puede verse cómo trabaja. La imagen, que no es solamente la foto, más allá o más acá de la herramienta, es eminentemente heteroglósica, ¿alguien tiene alguna duda?