Se ve igual, se nombra igual, pero no es lo mismo.
El martes 2/11, la Dra. Bettina Calvi, psicoanalista, investigadora y (contado por ella misma) discípula de la entrañable Silvia Bleichmar presentó su conferencia Los lazos desapasionados del sujeto de nuestra época, en el Ciclo Del Derecho y Del Revés, creado y coordinado por Laura Capella.
Si bien concurro habitualmente a ese espacio desde hace algunos meses, porque me resulta un ámbito de pensamiento sumamente productivo, el tema me parecía particularmente atractivo por la mirada que proponía la autora, ligándolo al desapasionamiento. Más sorprendente me resultó escuchar la conferencia.
En algunos aspectos, me hubiera gustado que la mirada tecnológica hubiera sido incluida en la construcción del discurso ya que se trata de un factor gravitante en la producción de la subjetividad contemporánea. Lo dije allá, intentando que mi intervención no pareciera orientada a desmentir lo que se afirmaba, sino a escribir una capa de texto con otra versión, en algunos aspectos puntuales. Una vez más lamenté profundamente la brecha transdisciplinaria que se pone de manifiesto en estas situaciones en las que siempre me queda la sensación de que intentamos explicar lo complejo con herramientas que describen certezas.
Como quiera que sea, yo escuché (recorté) dos afirmaciones con las que no acuerdo e intenté explicarlas improvisando en el momento. Me propongo tratar de transcribir más ordenadamente lo que dije.
La tecnología desmadra las relaciones
Hay muchas maneras de entender o de definir la tecnología. Me gusta pensarla como un dispositivo de mediación de las personas con lo que sucede más allá de si mismas. Con otras personas, con el medio, con la propia experiencia. Desde esa perspectiva sobreescribo aquella afirmación diciendo: la tecnología media las relaciones. A medida que el dispositivo se vuelve más y más eficiente, cada vez es posible visibilizar mayor cantidad de experiencias, de relaciones, de interacciones. Todo este cúmulo de cosas empieza a formar parte del flujo que materializa las relaciones. Para muchas de esas nuevas situaciones no tenemos palabras para nombrarlas, ni modelos mentales, ni experiencias con qué compararlas. En esos puntos ya no podemos, como decía Gastón Bachelard, aprender contra algo, simplemente porque, lo que aparece en el campo de la experiencia relacional es nuevo de toda novedad. Esta novedad cognoscitiva vuelca sus preguntas en el río de la subjetividad contemporánea y nos desafía a pensarla con otros paradigmas, con otras herramientas.
Pero este campo se abre a condición de que la mirada sobre él no sea destituyente. Si la tecnología desmadra las relaciones, tenderemos a evitar la tecnología para pensar un orden posible. Si la tecnología media las relaciones, tendremos que empezar por tener registro de que también visibiliza el desorden, el caos, el ruido, la incerteza… y esto también nos puede ayudar a comprender los modos de producción de subjetividad de hoy.
Todo se flexibiliza. Los valores se flexibilizan
El modo digital plantea -entre otras- una cuestión de escritura bien diferente y que es interesante explorar. Una onda de sonido analógico es un trazo continuo con unos determinados valores. La versión digital de ese mismo sonido parece igual, se nombra igual, pero no es lo mismo. Tanto es así que cuando se acerca el foco a la nomenclatura digital, lo que se ve en realidad es una sucesión de muestras (44 mil por segundo para una calidad CD). Esto permite manipular la onda, editarla: quitar ruido, afinar, cortar, cambiar la altura, etc, o lo que es lo mismo, modificarla parcialmente, sin que necesariamene tenga que ser intervenido el total. Diríamos que se escribe como un conjunto de partes, ordenadas de un modo determinado. Algo impensable en la nomenclatura analógica, pero sí altamente compatible con la escritura textual.
Cabe señalar que, tanto en el modelo digital como en el analógico, los puntos de anclaje son iguales. Esta misma valoración podría hacerse para la estructura pixelar de una imagen y también podría pensarse como una metáfora de lo que, equivocadamente a mi modesto modo de ver, se percibe como flexibilización de valores. Para decirlo con otras palabras: donde antes solamente se percibía Compromiso, hoy hay compromiso en grados diferentes, lo cual no invalida aquel anclaje que percibíamos antes, pero nos obliga a convivir con gamas. Donde antes solamente se percibía Apasionamiento, hoy hay apasionamientos de diferentes grados…
Desde la perspectiva del abordaje compehensivo, identificar esta situación como felxibilización de los valores, parece, por lo menos una lectura analógica (uniformadora) de un fenómeno que aloja una enorme cantidad de variables.
El guante está sobre la mesa, para quien quiera tomarlo.
Sólo un relato en espejo del modelo de consumo que predomina afuera ¿por qué habría de ser distinto? Pablo Hupert decía hace unos días en la Facultad de Psico de Rosario, a propósito de una conferencia sobre su libro: El bienestar en la cultura, el consumo es el premio por el displacer que produce la relación con el otro (no es una cita textual, pero se le parece).
Abrazo, Quique
Amigo, no quiero recurrir al título del post porque sería una obviedad, pero no siento que sea lo mismo. Creo que, justamente, esa falta de comprensión de esa diferencia es lo que ha creado engendros tales como el Plan Conectar Igualdad o la desaparición de la enseñanza de Computación en la nueva secundaria. La máquina, el artilugio, el dispositivo ocupando el centro de la escena sin un criterio (eso del jucio que vos decías más arriba) y en un franco desprecio por el rol del otro.
No sé… cuánta tela para cortar…
¿No será una cuestión solamente de palabras? Freud decía que el hombre es un animal con prótesis. Algunas de esas prótesis son las herramientas que usa para relacionarse con sus pares y el entorno. No importa si se trata de un celular, una pala o una ametralladora. Sigue siendo el hombre. En el artículo usé el término dispositivo porque apuntaba a dar idea de que la tecnología no es el hardware, ni la pala ni la ametralaldora. Sino cada cosa interactuando con su correspondiente costado blando, más ese saber que me resulta difícil de nombrar, que es es el juicio de cada persona para elegir qué herramienta usar en cada situación. Celebro que estemos de acuerdo, quizás debamos acordar modos de nombrar las cosas. Todo esto va más rápido que nuestra perezosa capacidad de ponerle palabras a las cosas. Otro abrazo grande!
Querido Daniel:
Me parece fascinante esta necesidad de repensar todo a partir de esta novedosa relación que tenemos las personas con la tecnología (novedosa, porque nunca en la historia de la humanidad nos relacionamos de este modo con la tecnología), y tu análisis de la cuestión no hace más que alentar esa búsqueda.
La única cuestión con la que no coincido con la mayoría de los analistas de este fenómeno es con aquello de pensar la tecnología como un dispositivo de mediación. Me parece, humildemente lo digo, que la mediación siempre es humana. Poner un artificio a mediar es darle a la tecnología una entidad que no tiene. Personalmente, prefiero hablar de «intermediación de la tecnología», y recuperar para la mediación el lugar que siempre tuvo, que es el del contacto, la intervención, la creatividad y el deseo de acordar.
Son ideas. Y no te quejes, porque vos sos el culpable por disparalas… 😉