Significantes intercambiables

Palabra, sonido, imagen… A veces uno se encuentra con sorpresas en esto de armar sentido a partir de diferentes formatos de lenguaje. Tarea no siempre sencilla, para quienes trabajamos en los pliegues de la comunicación.

El clip de Ismael Serrano (Eres), encontrado (no tan) azarosamente, es el caso, donde el relato de la imagen aparece claramente diferenciado de la lí­nea narrativa de la palabra y juega complementariamente con él, aportándole valor.

El reflejo de la baranda sobre el patio mojado evoca una partida de ajedrez de la que solamente se ve una parte (falta el opuesto-complemento, como en la letra, donde el personaje le habla a alguien que no está, porque se ha alejado fí­sicamente o porque su respuesta se limita al silencio). La cámara retrocede y uno descubre otra perspectiva en la escena (tomar distancia ayuda a ver las cosas de otro modo, parece decirnos).

La letra deja entrever un personaje que, reflexionando (habla en primera persona), dirige imaginariamente sus pensamientos hacia alguien ¿A quién le habla? Obviamente a una mujer. ¿Su hija? ¿Su mujer? ¿En qué situación? ¿Qué pasó antes para que esta secuencia tuviese lugar? Este no es un dato menor. Las opacidades tienen que ver con lo humano. Cuando el relato mantiene un costado opaco desde lo significativo, deja espacio para que el observador complete lo que falta, apropiándose de él en ese acto.

La foto sobre la que se detiene un poco más el ojo de la cámara, lo muestra junto a una adolescente. La letra y el relato visual por momentos se encuentran. Ellos, los implicados, alguna vez también se encontraron. El personaje aparece pensativo. Habla de grietas, pasiones, incertezas y desencantos. La imagen también: la canilla goteando, el plato sucio, la habitación desordenada, la toalla que tira al piso luego de secarse la cara, aluden a huellas presentes de personas reales en situaciones donde hay tensión. El color juega un papel muy importante en la misma dirección. El sepia connota algo sucedido en un tiempo pasado, pero el exceso de luz en las tomas habla de un pasado con mucha luz (probablemente próximo). El uso de planos detalles y la mirada de la cámara parecen reforzar estas ideas. Se muestran acciones que en la comunicación icónica usualmente se ocultan deliberadamente: la cama arrugada, los pies al bajar, el cuerpo desacomodado cuando se despierta, el ponerse las medias a los tirones… Estos detalles hablan de un suceso dramático (el que desencadenó estas escenas) que está muy próximo. Que lo invade todo. Hablan de que no ha habido espacio para reacomodarse. Todo, en este paisaje, se refiere a un pasado muy reciente.

La cámara se detiene con alguna insistencia recortando detalles que a diario no vemos o se nos pasan casi inadvertidos. Uno podría pensar que nos fijamos en eso cuando no podemos entrarle a pensamientos más difíciles de procesar. Aquella situación que tan bellamente relataba J. M. Serrat: no hago otra cosa que pensar en ti, […] al techo no le irí­a nada mal una mano de pintura […]. La cámara, como nuestro pensamiento en esas situaciones, pasa del detalle al plano general, sin mediaciones. Esta forma narrativa subraya la tensión, al mostrar los extremos como únicas posibilidades.

La letra gira casi totalmente alrededor de una pregunta que el personaje nunca formula explícitamente: ¿y ahora dime qué harás si mí­? Del otro lado, se intuye que la respuesta es el silencio, lo que le hace decir: No das respuestas, ni luz a mi jardí­n.

El relato visual, muestra, a su manera, las mismas cuestiones, aunque por un camino propio, evitando la trampa de intentar describir los sentimientos del personaje. Subsidiariamente, por ví­a de una narrativa fragmentaria en la que se apela al color y al recorte casi excesivo (que —por ello— oculta la visión de la totalidad) refuerza la idea de ausencia en torno a la cual gira permanentemente la letra.

En mi opinión la posibilidad de entrelazar diferentes lenguajes e integrarlos (imagen, palabra y música), está jugada con mucha enjundia y consigue construir un relato sólido, donde —a simple vista— no se nota todo lo que hay puesto para que eso funcione así­.

Simplemente se percibe. Muy parecido a cómo funciona el lenguaje del arte.